Por: Héctor Francisco Torres, Gerente General LHH Colombia
Cada una de las decisiones que tomamos, ya sea en nuestra actividad profesional o en nuestra vida privada, implica renunciar al menos a una opción o curso de acción. Es por esta realidad incontrovertible que dentro de los millones de definiciones de estrategia que encontramos en la red global, me alineo con la que nos ofrece el Dr. Timothy R. Clark: “estrategia es la reducción deliberada de alternativas”.
En el mundo empresarial la estrategia siempre ha sido considerada el motor del éxito organizacional pues define y mantiene el rumbo del negocio, enmarca las decisiones de los directivos y orienta las acciones de los colaboradores y equipos de trabajo. Recuerdo que, en los inicios de mi carrera, la estrategia de las empresas rara vez se modificaba, pues la actividad productiva no estaba sujeta a los vaivenes que hoy reconocemos como inherentes a la gestión de los negocios. Los planes quinquenales eran comunes. En el siglo XXI, el entorno en el que las empresas operan evoluciona a una velocidad inusitada, haciendo indispensable la revisión frecuente de la estrategia.
Para que esta revisión frecuente tenga relevancia y aplicabilidad, es preciso incorporar la agilidad estratégica a las capacidades organizacionales, pues a través de ella conseguiremos adaptarla en tiempo real a un entorno de negocio que evoluciona constantemente en diversos frentes: expectativas de los clientes y consumidores, exigencias regulatorias, agresividad de los competidores, alteraciones económicas, entre otros.
En este campo de juego, aparecen muchos interrogantes. ¿Cómo mantener la oferta de valor de la empresa? ¿Cómo incorporar la evaluación y ajuste de la estrategia a la actividad de la organización? ¿Cómo garantizar que los empleados se mantienen al corriente de los ajustes? ¿Cómo evitar que los ejercicios de estrategia interrumpan la gestión normal del negocio? Para responderlos conviene reconocer que las definiciones estratégicas deben cruzar los muros de las salas de juntas y extenderse por todos los rincones del negocio, involucrando a las personas que son, en últimas, quienes materializan las metas convirtiéndolas en resultados. Es decir, complementar la estrategia deliberada con una estrategia emergente para balancear la ejecución (que rinde frutos en el presente) con la innovación (que los siembra para el futuro).
La fusión de las estrategias deliberadas y emergentes ayudan a desafiar permanentemente el estado de las cosas, pero requiere el reconocimiento e incorporación de, al menos, 3 elementos en la cultura organizacional:
- La gestión de la carrera de las personas centrada en la identificación y desarrollo de las habilidades necesarias para el futuro del negocio.
- La consolidación de entornos de seguridad psicológica donde las personas puedan aportar a los resultados con sus ideas y opiniones.
- La práctica constante de la comunicación abierta, transparente e integral.
No basta con informar cuales son las metas que se quieren lograr, ni asignar responsabilidades sin contexto. Es necesario convocar a todas las personas en torno al propósito común de la organización, permitirles aprender, contribuir y desafiar el statu quo sin temor a represalias y hacerlos responsables de su propio desarrollo para que aprecien la diferencia abismal que existe entre cuidar el puesto y cuidar la carrera.
Con estos ingredientes es posible preparar la receta del involucramiento de las personas con la estrategia, fidelizar el talento y potenciar los resultados.